Enviado por Gonzonet a través de Google Reader:
Desde que William Gibson adelantara la corriente Ciberpunk en su novela 'Neuromante' el cine y la televisión han soñado mil y una veces con el mito del cyborg en cualquiera de sus variantes, desde simplemente un humano con algún miembro artificial como Luke Skywalker tras esa discusión familiar, hasta un organismo artificial con sólo algunas partes humanas.
A diferencia de las estrellas de mar, los humanos tenemos la desagradable costumbre de no poder regenerar una parte del cuerpo si la perdemos o queda inutilizada. Los médicos también llevan décadas soñando con la posibilidad de sustituir esos miembros con repuestos artificiales. En la realidad, los miembros biónicos están ya entre nosotros, aunque aún son torpes y se topan con un par de barreras bastante complicadas.
La ingeniería biónica y la cibernética han avanzado mucho. De cuando en cuando oímos noticias de pacientes a los que se les ha implantado un dispositivo para que cumpla las funciones de un órgano o miembro perdido o inutilizado. Ojos biónicos, piernas biónicas, oídos artificiales, manos robóticas sensibles a la presión, chips que permiten a un paciente ver en algo parecido al color…
Una cuestión de inteligencia artificial
La lista de miembros robotizados se amplía año a año, pero se trata de proyectos experimentales bastante poco refinados. Aún no somos capaces de construir réplicas exactas de una extremidad humana, ni en aspecto ni mucho menos en funcionalidad.
El problema de los miembros artificiales es doble. Una primera cuestión es la necesidad de una fuente de energía estable, inocua para la persona que la porta, y duradera. Algunos órganos pueden aprovechar de forma pasiva el movimiento y la energía del cuerpo, pero una mano robótica necesita de una fuente de energía para moverse. Desgraciadamente, aún estamos bastante lejos del reactor de Industrias Stark o alternativas decentes y comercializables a las baterías actuales.
El segundo problema es incluso más peliagudo, y es un cuestión de integración del miembro artificial en su anfitrión. Un brazo o una pierna natural tienen millones de terminaciones nerviosas que son procesadas en tiempo real por el cerebro. Este, a su vez, envía impulsos eléctricos para ajustar los movimientos en consecuencia.
Un miembro artificial debe poder ser controlado por su portador y para ello es preciso identificar que terminaciones nerviosas del cerebro son las encargadas de su movimiento y cablearlas correctamente mediante electrodos implantados permanentemente o sujetos de algún modo a la piel en las áreas adecuadas del cuero cabelludo..
Después, el miembro necesita estar recubierto de millares de sensores que informen a un procesador central de su ángulo, posición, temperatura, presión ejercida contra la piel, dolor… la lista de datos a computar es tan larga que no hay aún procesador móvil que pueda ser programado con todo eso de una manera sensata y, sobre todo, asequible.
Lo más parecido a esto que se ha creado hasta ahora es la i-Limb Ultra de la empresa Touch Bionics, una mano robotizada cuyos movimientos pueden ser dirigidos de una manera rudimentaria mediante los impulsos mioeléctricos de los músculos del antebrazo y puede adoptar un buen puñado de posiciones con presión selectiva. La i-Limb Ultra es muy completa, pero aún no tan natural o ágil como una mano de verdad.
Sin superpoderes
Aunque suponga otro jarro de agua fría, si ya es difícil construir un miembro artificial, lo que ya es imposible es que este sea capaz de tareas sobrehumanas. Lo máximo a lo que hemos llegado en este campo es a crear exoesqueletos robóticos como el HAL de la compañía japonesa Cyberdyne que se lleva como un traje mecánico y permiten aumentar la fuerza y resistencia del portador a niveles que sólo puede lograr una máquina. El principal problema de intentar diseñar esto para un sólo miembro es tan sencillo como que el miembro en si podría ser capaz de resistir la presión de levantar un peso sobrehumano, pero el tejido humano que lo soporta no.
En otras palabras, si una persona con un brazo superfuerte intentara sostener 500 kilos, lo más probable es que el brazo robótico acabara arrancado de cuajo de lo que quiera a lo que estuviese sujeto. Para soportar ese peso toda la estructura del organismo debe ser artificial, de ahí los exoesqueletos completos.
Un último obstáculo muy bien expresado en algunas novelas y cine del género Ciberpunk es la pérdida de identidad del sujeto expuesto a una intervención de este tipo. A menos que la extremidad fuera capaz de imitar perfectamente el aspecto de un miembro normal, es probable que acabara generando un rechazo psicológico en su portador.
Mucho nos tememos que aún quedan décadas antes de que logremos fabricar repuestos artificiales perfectos creados mediante ingeniería biónica. Antes de eso es mucho más probable que la investigación con células madre permita cultivar tejidos hasta el punto de poder hacer crecer miembros de nuestro propio cuerpo que después se nos transplanten mediante cirugía, aunque esa, por supuesto, es otra historia y tiene sus propios terrores.
Más información | Touch Bionics | Cyberdine
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