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Ya se ha dicho en muchas ocasiones que lo que "pasa por dentro", y en todo sentido, repercute enormemente en nuestro estado de salud. Los pensamientos y emociones pueden ser mucho más benéficos o, por el contrario, dañinos, de lo que podemos creer. Una nueva publicación de la revista especializada Science viene a reforzar esta teoría.
Este trabajo incluyó dos estudios, uno de ellos, se realizó sobre supervivientes de accidentes cerebrovasculares (ACV), en el cual se halló que quiénes tras su problemática sentían apatía, desinterés y tristeza, tenían un índice de recuperación más lento, y el otro, encontró que aquéllas mujeres sanas de mediana edad que sentían desesperanza tenían un engrosamiento inesperado de la arteria carótida -la principal que irriga al cerebro-.
El primer trabajo, realizado por especialistas canadienses, evaluó la evolución posterior de unos 408 pacientes que habían pasado por un ACV, a través de consultas y cuestionarios a sus cuidadores.
Estos informes obtenidos indicaron que un tercio de estas personas tenían apatía menor durante el primer año, mientras que un tres por ciento tenían apatía pero en niveles más importantes.
De cualquier modo, y en términos generales, estos investigadores comprobaron una respercusión negativa de la apatía (tanto menor como mayor) en todos los aspectos de la recuperación física de estos pacientes.
En el segundo trabajo, realizado por profesionales de la Universidad de Minnesota, se estudió a un total de 559 mujeres menopáusicas sin antecedentes cardiovasculares, y cómo la desesperanza repercutía en el estado de su corazón, en específico, de su arteria carótica produciendo un engrosamiento "anormal", o no esperado.
Ya existía evidencia anterior de la relación entre la desesperanza creciente y un engrosamiento del revestimiento de la arteria carótida, lo cual es un factor de riesgo de accidente cerebrovascular.
En esta oportunidad se volvió a encontrar dicha vinculación: las mujeres que más desesperanza sentían tenían hasta 0,6 milímetros más de engrosamiento (igual a la cantidad causada por unos tres año de envejecimiento) en comparación con las féminas menos "desesperanzadas".
"Esto no necesariamente significa que la desesperanza tenga un efecto físico directo, ya que podría operar a través de mecanismos que no medimos", apuntó Susan Everson-Rose, profesora de la mencionada Universidad.
Sin embargo, la especialista aseguró que "los médicos deben decir a sus pacientes que los estados emocionales pueden tener un efecto físico, y que deben buscar un tratamiento adecuado para ellos. El tratamiento psiquiátrico está justificado para la depresión y la desesperanza graves", advirtió.
Estos dos nuevos estudios vienen a corroborar que las emociones y estados anímicos mucho tienen que ver con nuestro cuerpo y estado de salud en general, y coronario: es que todo está relacionado y, como dice una vieja frase, "todo tiene que ver con todo".
Fuente Medlineplus
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